Siempre me fascinó el silencio: cuando el lenguaje calla, algo toma forma. Harrower diseña - a través de las 24 escenas que posee la obra - una anatomía del silencio: el silencio de la creación estalla ante nosotros: ya no el silencio que separa dos decires, no el silencio que la tierra horizontal le entrega al arado, ni tampoco el silencio que precede a la tormenta: aquí se trata del silencio que precede a la creación.
Cuando observo La creación de Adán no puedo dejar de preguntarme acerca del espacio que Miguel Ángel decidió dejar entre ambos dedos: el dedo del creado – a izquierda – y el dedo del Creador – a derecha -. Un hiato entre ambos, un hueco, un misterio. En ese preciso lugar – creo – nace el lenguaje. En ese silencio de la imagen nace el lenguaje: allí se nombran la criatura y el creador. La rosa de nadie, el lenguaje. El silencio lo antecede y luego todo estalla. Así.
David Harrower escribe una obra que cuenta – intenta contar – ese misterio. Cuchillos en gallinas se escribe desde ese espacio: Harrower se instala en ese hueco, en ese espacio entre el creador y lo creado para escribir su obra. La pieza intenta dar cuenta del poder del silencio y del poder de la palabra. Sobre la mujer joven – la protagonista de la pieza – se desata la lucha entre el silencio y la palabra: al comenzar la pieza ella parece querer detenerse en los nombres de las cosas: desea encontrar un nombre para cada nube, para cada hoja de cada árbol, para cada movimiento de la naturaleza. Los nombres heredados parecen no satisfacerla. Un árbol es un árbol, pero cuando el viento sacude sus ramas, ¿cómo se llama el árbol? – dice, piensa, duda ella. Su marido – el labrador William – intenta respuestas. A ella no parecen satisfacerlas. William – entonces – cree que ella duda de Dios. Dios ha puesto un nombre a cada cosa y esos nombres de Dios están en la cabeza de los hombres, Él mismo ha puesto esos nombres en nuestras cabezas. No podemos dudar de eso: es la verdad única y heredada. Los nombres son la herencia de Dios y nosotros – al honrarlos – lo honramos a él, al nombrar las cosas como Dios las nombró nos transformamos también en creaciones de Dios: heredamos su lenguaje, heredamos su manera de nombrar, heredamos sus rasgos, heredamos su silencio.
Alejandro Tantanian
Fotos: Carlos Furman & Ernesto Donegana